jueves, 26 de junio de 2014

De fútbol, coyotes y zorros.

Mucho se ha vertido en medios y redes sobre lo sucedido en el Estadio de Gran Canaria, en el partido que debía llevar a la UD Las Palmas a Primera División, como para quedarse uno impávido ante tantas explicaciones descabelladas, alarmantes y descentradas. Aún con la tristeza y estupefacción provocada por el sorpresivo incidente, no puedo dejar de hacer unas reflexiones, desde mi atalaya de ciudadano y profesional preocupado por el bienestar y el desarrollo responsable de nuestra sociedad canaria. El señalamiento de culpabilidad y casi linchamiento de los coyotes  o mataos por parte de los medios, ciertos cargos públicos y parte de la sociedad, no nos ha dejado vislumbrar, una vez mas, las causas de fondo de estas actuaciones de grupos minoritarios, impidiéndonos por lo tanto atinar en las soluciones.

Explicar y situar convenientemente este tipo de comportamientos de “hooligans” o vándalos en una competición deportiva no es tan simple como nos hacen creer: ni es tan claro que la culpa sea solamente de los “coyos” y “mataos”, ni tampoco es la sociedad la que debe cargar con la toda la culpa de la actitud de los vándalos. Como cualquier fenómeno social, las explicaciones superan el blanco y el negro, estando en las tonalidades la comprensión de lo que pasa y las medidas para solucionarlo.

No voy a cargar las tintas en todas aquellas personas que movidas por el cabreo se lanzaron a señalar y casi linchar a los gamberros y exaltados que saltaron al terreno de juego, con el afán quizás de robar un poco de protagonismo para airearlo en las redes, en esta sociedad de famoseos y de triunfitos. Más me preocupan los comentarios y observaciones de los que nos gobiernan, el compendio de ellas siendo la entrada en Facebook del presidente del Cabildo de Gran Canaria donde, siguiendo el guión argumental del PP, señalaba como culpable último del incidente gamberril a los que fomentan la indignación y la rebeldía ciudadana frente a los recortes y la pérdida de derechos.

Aunque es evidente que el grupo que saltó al césped era heterogéneo, lo que parece causar preocupación y consternación social es la actuación de una minoría violenta y desafiante. Nos preocupamos cuando notamos que existen, pero una vez pasado el efecto sorpresa todo cae en el olvido mediático, pero no para los que viven en zonas de mayor conflictividad social, para los padres que ven a esos pocos como un peligro para sus hijos; tampoco para los educadores, que se ven impotentes y cada vez con menos recursos para llevar a cabo una labor socio-educativa de integración y no de exclusión de los y las jóvenes en circunstancias más difíciles.

Pienso, junto a multitud de científicos sociales, que esos comportamientos vandálicos tienen causas claras que están dentro y fuera de los estadios de fútbol. Hay que empezar aclarando que el vandalismo en los deportes de masa es un fenómeno hoy en día universal, teniendo su parangón en el futbol inglés, cuyos hooligans, bien organizados y violentos, dejan a los nuestros como verdaderos angelitos. En los incidentes en el Estadio de Gran Canaria habría que preguntarse en primer lugar porqué no funcionó el dispositivo de seguridad que obligatoriamente fue analizado y establecido por la junta de seguridad que se creó para este evento deportivo. Para el futuro, habría que poner atención en la naturaleza y causas de estas actitudes vandálicas en el fútbol, que están enraizadas de manera general en el entorno social donde se forman y educan sus protagonistas. A tenor de la experiencia acumulada en países como Gran Bretaña, sabemos que tanto el alarmismo y excesivo protagonismo público dado a los vándalos como la represión policial, han conducido al reforzamiento de estas minorías violentas. En cambio, lo que parece tener éxito es la coordinación de clubes, peñas futbolísticas, autoridades locales y asociaciones de la sociedad civil, para la programación de actuaciones educativas y de sensibilización con los grupos de hinchas y en el fútbol base.

Sin embargo, es fuera del recinto deportivo donde tenemos que buscar las explicaciones estructurales y de fondo al vandalismo. En Canarias, el diagnóstico es claro y meridiano: el aumento exponencial de la pobreza y la desigualdad, junto al impacto de las políticas neoliberales de disminución del gasto social, el paro, la erosión de los salarios y precarización del empleo y la eliminación de derechos y libertades. El sistema educativo, baluarte imprescindible para contener la exclusión y la desigualdad, ha sido vapuleada y degradada, con menos recursos, más alumnos en circunstancias difíciles, el continuado apoyo a la enseñanza privada y religiosa, o la eliminación de la Educación para la Ciudadanía.

Mucho habría que decir de aquellos gobernantes que, al linchar mediáticamente a unas minorías gamberras, quieren desviar la atención de las causas y consecuencias de sus políticas económicas y sociales, que generan pobreza y marginalidad. Esas élites, políticas y económicas, duermen tranquilos: sus hijos e hijas van a buenos colegios privados o se forman en el extranjero, teniendo asegurado el relevo en sus empresas y en la administración pública. El resto, la mayoría social, sí que tenemos mucho de lo que preocuparnos para acabar con el caldo de cultivo que generan las actitudes antisociales de los coyotes, pero aún más para protegernos de los zorros de la política, la banca o las corporaciones, cuyas corruptelas y desmanes degradan mucho mas la convivencia y comportamiento democrático en esta sociedad.

Al respecto, le diría a nuestras élites gobernantes que efectivamente tienen muchísima razón en preocuparse del efecto mariposa (“el aleteo de una mariposa puede producir un terremoto”) en el contexto explosivo que vive la sociedad canaria, tal como fue señalado por presidente del Cabildo de Gran Canaria, aunque evidentemente por motivos distintos.  La pobreza, marginalidad y exclusión que han creado sus políticas económicas, de disminución del gasto social, y sus políticas sociales de pérdida de derechos y libertades, además de resultar en actos vandálicos esporádicos por parte de coyotes, están produciendo mucha indignación y rebeldía social, organizada y consciente, expresada en las calles y también en las urnas. Esto es lo que verdaderamente preocupa a esos zorros, unas élites políticas y económicas cuyas mañas y artes parecen mas bien servir a su única obsesión: aferrarse y aprovecharse del poder.

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  CORRUPCIÓN, PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y FORTALECIMIENTO DEMOCRÁTICO Escrito por   Jorge Pérez Artiles   tamaño de la fuente       Imprimir  ...