Mucho se ha vertido en medios y redes sobre lo sucedido en el
Estadio de Gran Canaria, en el partido que debía llevar a la UD Las Palmas a Primera
División, como para quedarse uno impávido ante tantas explicaciones descabelladas,
alarmantes y descentradas. Aún con la tristeza y estupefacción provocada por el
sorpresivo incidente, no puedo dejar de hacer unas reflexiones, desde mi
atalaya de ciudadano y profesional preocupado por el bienestar y el desarrollo
responsable de nuestra sociedad canaria. El señalamiento de culpabilidad y casi
linchamiento de los coyotes o mataos
por parte de los medios, ciertos cargos públicos y parte de la sociedad, no nos
ha dejado vislumbrar, una vez mas, las causas de fondo de estas actuaciones de
grupos minoritarios, impidiéndonos por lo tanto atinar en las soluciones.
Explicar y situar convenientemente este tipo de comportamientos de
“hooligans” o vándalos en una competición deportiva no es tan simple como nos
hacen creer: ni es tan claro que la culpa sea solamente de los “coyos” y “mataos”, ni tampoco es la
sociedad la que debe cargar con la toda la culpa de la actitud de los vándalos.
Como cualquier fenómeno social, las explicaciones superan el blanco y el negro,
estando en las tonalidades la comprensión de lo que pasa y las medidas para
solucionarlo.
No voy a cargar las tintas en todas aquellas personas que movidas
por el cabreo se lanzaron a señalar y casi linchar a los gamberros y exaltados
que saltaron al terreno de juego, con el afán quizás de robar un poco de protagonismo
para airearlo en las redes, en esta sociedad de famoseos y de triunfitos.
Más me preocupan los comentarios y observaciones de los que nos gobiernan, el
compendio de ellas siendo la entrada en Facebook del presidente del Cabildo de
Gran Canaria donde, siguiendo el guión argumental del PP, señalaba como
culpable último del incidente gamberril a
los que fomentan la indignación y la rebeldía ciudadana frente a los recortes y
la pérdida de derechos.
Aunque es evidente que el grupo que saltó al césped era
heterogéneo, lo que parece causar preocupación y consternación social es la
actuación de una minoría violenta y desafiante. Nos preocupamos cuando notamos
que existen, pero una vez pasado el efecto sorpresa todo cae en el olvido
mediático, pero no para los que viven en zonas de mayor conflictividad social,
para los padres que ven a esos pocos como un peligro para sus hijos; tampoco
para los educadores, que se ven impotentes y cada vez con menos recursos para
llevar a cabo una labor socio-educativa de integración y no de exclusión de los
y las jóvenes en circunstancias más difíciles.
Pienso, junto a multitud de científicos sociales, que esos
comportamientos vandálicos tienen causas claras que están dentro y fuera de los
estadios de fútbol. Hay que empezar aclarando que el vandalismo en los deportes
de masa es un fenómeno hoy en día universal, teniendo su parangón en el futbol
inglés, cuyos hooligans, bien organizados y violentos, dejan a los nuestros
como verdaderos angelitos. En los incidentes en el Estadio de Gran Canaria
habría que preguntarse en primer lugar porqué no funcionó el dispositivo de
seguridad que obligatoriamente fue analizado y establecido por la junta de
seguridad que se creó para este evento deportivo. Para el futuro, habría que
poner atención en la naturaleza y causas de estas actitudes vandálicas en el
fútbol, que están enraizadas de manera general en el entorno social donde se forman
y educan sus protagonistas. A tenor de la experiencia acumulada en países como
Gran Bretaña, sabemos que tanto el alarmismo y excesivo protagonismo público
dado a los vándalos como la represión policial, han conducido al reforzamiento
de estas minorías violentas. En cambio, lo que parece tener éxito es la
coordinación de clubes, peñas futbolísticas, autoridades locales y asociaciones
de la sociedad civil, para la programación de actuaciones educativas y de
sensibilización con los grupos de hinchas y en el fútbol base.
Sin embargo, es fuera del recinto deportivo donde tenemos que buscar
las explicaciones estructurales y de fondo al vandalismo. En Canarias, el
diagnóstico es claro y meridiano: el aumento exponencial de la pobreza y la
desigualdad, junto al impacto de las políticas neoliberales de disminución del
gasto social, el paro, la erosión de los salarios y precarización del empleo y
la eliminación de derechos y libertades. El sistema educativo, baluarte
imprescindible para contener la exclusión y la desigualdad, ha sido vapuleada y
degradada, con menos recursos, más alumnos en circunstancias difíciles, el
continuado apoyo a la enseñanza privada y religiosa, o la eliminación de la
Educación para la Ciudadanía.
Mucho habría que decir de aquellos gobernantes que, al linchar
mediáticamente a unas minorías gamberras, quieren desviar la atención de las
causas y consecuencias de sus políticas económicas y sociales, que generan
pobreza y marginalidad. Esas élites, políticas y económicas, duermen
tranquilos: sus hijos e hijas van a buenos colegios privados o se forman en el
extranjero, teniendo asegurado el relevo en sus empresas y en la administración
pública. El resto, la mayoría social, sí que tenemos mucho de lo que
preocuparnos para acabar con el caldo de cultivo que generan las actitudes
antisociales de los coyotes, pero aún
más para protegernos de los zorros de
la política, la banca o las corporaciones, cuyas corruptelas y desmanes
degradan mucho mas la convivencia y comportamiento democrático en esta
sociedad.
Al respecto, le diría a nuestras élites gobernantes
que efectivamente tienen muchísima razón en preocuparse del efecto mariposa
(“el aleteo de una mariposa puede producir un terremoto”) en el contexto
explosivo que vive la sociedad canaria, tal como fue señalado por presidente
del Cabildo de Gran Canaria, aunque evidentemente por motivos distintos. La pobreza, marginalidad y exclusión que han
creado sus políticas económicas, de disminución del gasto social, y sus
políticas sociales de pérdida de derechos y libertades, además de resultar en
actos vandálicos esporádicos por parte de coyotes,
están produciendo mucha indignación y rebeldía social, organizada y consciente,
expresada en las calles y también en las urnas. Esto es lo que verdaderamente preocupa
a esos zorros, unas élites políticas
y económicas cuyas mañas y artes parecen mas bien servir a su única obsesión: aferrarse
y aprovecharse del poder.
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